Hagamos que el vino luzca amigable para los consumidores 5/5 (7)

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Alejandro Maglione protegiéndose de las criticas

Por Alejandro Maglione

amaglione@datamarkets.com.ar

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El asunto. A pesar de mi antigua sapiencia sobre el mundo del vino, me doy cuenta que hoy para el consumidor final, para el amante del vino, la industria –al menos en la Argentina- se la está haciendo cada vez más difícil. Creo que van asustando a los clientes repletándolos de nuevos conceptos, que terminan por hacerles y hacernos creer que para poder elegir una botella de vino deberíamos hacer un curso de enología.

Cambia todo cambia. Soy lo que se dice un hombre mayor, he fundado y dirigido una revista especializada hace 35 años atrás; vengo de familia bodeguera y hoy escribo en unos 20 medios diferentes. Esta hoja de vida me permite poder mirar por el espejo retrovisor de la historia contemporánea del vino y darme cuenta de la evolución que han ido sufriendo las modas, por llamarlas de algún modo, al menos en los denominados vinos del Nuevo Mundo.

Hasta los  años ’80 en nuestro país los vinos se dividían en tintos, blancos, dulces y secos. Se diferenciaba, claro está, entre vinos tranquilos y espumosos, a los que teníamos permitido llamarlos champagne sin sufrir castigos jurídicos. Luego se avanzó y se distinguió entre vinos “reserva” o “comunes”.

De la elaboración en cubas se pasó a barricas, ahora se vuelve a barricas.

De la fermentación en tanques de acero inoxidable, se pasó a utilizar huevos de cemento, algo que había comenzado a introducir el barón Bertrand de Ladoucette cuando dirigía la bodega Chandon en la Argentina allá por 1980. Quien lo sucedió pensó que era una locura el tema de los huevos y mandó destruirlos para consolidar un camino de tierra.

Un día se dijo: “las piletas de cemento contaminan el vino, así que pintemos su interior con pintura epoxi”. Pasaron unos pocos años y los mismos creativos descubrieron que el epoxi impedía que el vino tomara el aporte de calcáreos que le podía hacer el cemento.

Un día alguien dijo: lo mejor es hacer los vinos de una sola cepa, como hacen los norteamericanos. Y los llamaron varietales. Hacer un vino genérico quedaba para los retrasados bodegueros del Viejo Mundo. Hoy, poco a poco se vuelve a reencontrar la sabia técnica del assemblage que permite hacer vinos genéricos….

A fines de la década de los ’80 visitan afamados flying winemakers la Argentina y dijeron: “la uva hay que cosecharla más madura y así se obtiene más alcohol”. Ahora, vino la onda de que hay que cosechar las uvas más verdes que parece que es la única forma de bajar el alcohol y descubrir “nuevas texturas”.

Ellos descubrieron y se desdijeron con el caminar del tiempo, que el vino sin madera era menos que nada. La madera igualaba. Ahora descubrieron que no queremos vinos iguales o parejos, así que vamos retrocediendo en el uso de la madera y el avance de las barricas de segundo y tercer uso…

La terminología. Aquí ya nos volvemos más locos. Se descubren descriptores que hablan del “pis de gato” (como si alguien lo hubiera probado o fuera tan normal olerlo); a petróleo (¿se imagina beber petróleo?); a mina de lápiz (¿qué edad hay que tener para recordar como era chupar un lápiz?); a montura sudada (¿qué joven con su vida urbana puede conocer este olor, que por cierto tiene poco de agradable?); también le suelen pedir que advierta las “notas de regaliz” (¿qué tan a menudo uno embucha algo con ese sabor?). Y la lista sigue interminable.

Ahora vienen a cuento la “frescura”, cuando no la “textura” que nos trae la tiza a la boca. Según el experto periodista argentino Joaquin Hidalgo, la evolución de los vinos lleva esta misma textura a convertirse de tiza en seda…Hablar de vinos astringentes o no astringentes en boca es toda una antigualla.

Dejaron los escobajos a la hora de la maceración y aparecieron notas herbales. La consecuencia fue que hubo que volver a identificar la presencia de aromas de tomillo, heno, menta o romero.

En la Argentina es frecuente hablar de la presencia de frutos rojos en la nariz y el paladar. Solo en la cordillera de los Andes hay más de 20 variedades de “frutos rojos”, ¿a cuál se identifica? Un técnico en medio de una cata, mira a los catadores noveles repletos de incertidumbres, y les piden que perciban el “especiado” presente en determinados caldos…¿Qué especies debe uno percibir? ¿La pimienta negra; el pimentón; la canela; el clavo de olor…?

Hidalgo habla sin mosquearse de vinos “gordos” o “delgados” al paladar. “Amplios” y “glicéricos”. Vinos “apretados” y con “tensión”.

Ahora llegó la hora de los vinos “minerales”, que parecen haber descubierto en suelos ricamente calcáreos. Entonces se mete a los periodistas y a los turistas en enormes pozos para poder ver las raíces de las vides tomadas a las rocas del subsuelo, que le darían su mineralidad. Lo malo es que en 1984 el enólogo francés Émile Peynaud ya hablaba de este descriptor por la acción del ácido succínido que no tenía nada que ver con las rocas ni las raíces de las plantas. ¡A seguir creando!

Finale. Un experto en marketing me dijo: “no proteste tanto, el vino no tiene la suerte de la cerveza que basta con decir que es el mejor refrescante en el verano y punto…” No se deje engañar con tanta blabletería. Elija el vino según si le gusta o no le gusta y disfrútelo. Quizás pronto, le cuente más términos atormentantes que usted debe eludir inteligentemente y solo dejarse llevar por su paladar, que es el que elige el vino en la góndola de la vinería o el supermercado. Y punto.

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