Los vinos de Cristina Calvache.
La Bodega de Vinos Cristina Calvache está justo a la entrada de Alboloduy, un pueblo de menos de 400 habitantes en la Alpujarra Almeriense. Cristina Calvache es la propietaria y enóloga de la bodega y un sábado a mediodía esperaba a los visitantes que, como yo, habían reservado una visita. Nos recibe con calidez, y comienza a mostrar la bodega.
Cristina habla con amor de la tierra, de los viñedos situados todos a más de 950 m de altura cerca del pueblo, en Montenegro, y en la Sierra de Gador, situada a unos pocos kilómetros, y algunos en otros términos municipales cercanos. Siempre a más de 950 m sobre el nivel del mar, el Mediterráneo azul que está a unos 30 km de la bodega. A una distancia similar está el Desierto de Tabernas, único desierto verdadero de Europa, y su influencia se ve claramente en Alboloduy y en Gador. Son regiones de suelos pedregosos y muy variables en composición, con muchas montañas y valles, vegas y ríos que no llevan agua pero que la poca que les extraen permiten cultivar olivos, naranjos, algunas huertas.

Fue una región de gran producción de uva de mesa, la llamada Uva del Barco, a principios del siglo XX, y en esa época también había bastantes bodegas, muy escasas en la actualidad.
La madre de Cristina era oriunda del pueblo, en el que antiguamente había algunas bodegas, algunas situadas en el mismo corazón de Alboloduy. Su abuelo tenía un viñedo y hacía vino, y el vino era para autoconsumo, pero también su venta formaba parte de la economía familiar. La bodega fue fundada por sus padres, inspirados en esta historia familiar, y tiene una capacidad de unas 80000 botellas al año.

En el viñedo cercano a Alboloduy, que es propiedad de la bodega, tienen la Jaén blanca y otra uva llamada Tintilla. Esta es la zona más antigua de cultivo en torno al pueblo. Las otras uvas provienen de viñedos de terceros, pero manejados en acuerdo con la bodega.
Cuenta la enóloga que la vendimia es manual y que elaboran un vino blanco, dos tintos y un espumoso. La bodega está equipada con tanques de acero inoxidable, y posee una sala de barricas climatizada y una sala de cata, en la que pudimos catar los vinos.
El vino blanco se elabora con Jaén Blanca, una uva vinífera que diferentes autores citan, desde el siglo XVI, como originaria de España, Fermentado a 15-16ºC, en la copa brilla con un color amarillo pálido con reflejos dorados. La copa quieta huele a melocotón, y al moverla despliega notas muy frescas de fruta blanca dulce. En la boca recuerda el aroma de la miel, con notas aromáticas de aguaymanto, muy limpio y con acidez muy fresca u equilibrada. La influencia de la altura y la cercanía del mar en una zona cálida como es la provincia de Almería, seguramente es muy importante para mantener esa frescura.

Ese vino fue una sorpresa muy agradable, que luego se reafirmó con los tintos: Syrah 2022, de color rojo profundo con reflejos violetas y cerca, aroma intenso de mermelada de frutos rojos y un fondo especiado y tostado. Cristina cuenta que en los tintos tienen una crianza de una año en barricas de roble francés, que pueden tener entre 1 y 5 usos. Un Syrah diferente, reflejo de su tierra y esa mezcla de mar y desierto.
Finalmente, el Cabernet Sauvignon 2020, robusto y oscuro, con taninos maduros y bien domados, nariz típica de pimiento maduro y que se repite en la boca, final largo con notas de especias. Un vino al que le espera una larga vida en botella, pero que está muy bien para ser bebido ahora.

No catamos el vino espumoso, elaborado con Jaén Blanca y Chardonnay, porque estaba aún en pupitres luego de una crianza larga sobre lías.
Los vinos muestran el espíritu de la región y de Cristina, que en su web dice: “En cada botella un pedazo de alma espera a ser liberada, cargada de la esencia más pura del viñedo.” Y yo agrego: del viñedo, y de la región, luminosa, dura y acogedora con sus paisajes ásperos, su Mare Nostrum, su desierto, su montaña, y su gente.



