El Concurso Nacional de Vinos y Destilados de Brasil, organizado por el Concurso Mundial de Bruselas tuvo lugar en São Roque, una región de vinos desconocida hasta ahora por muchísima gente, y muy próxima a la gigantesca Ciudad de San Pablo.
Es domingo de tarde a mediados de setiembre, fin del invierno en el hemisferio sur, pero sobre la enorme ciudad de Sao Paulo (Brasil) el calor cae como una manta húmeda.
Muchos paulistas salen a buscar el fresco en los alrededores, en un campo muy verde que va trepando la sierra hasta sobrepasar los 1000 metros de altura sobre el nivel del mar.
Allí, en la sierra cerca de la pequeña ciudad de Sao Roque, se encuentra uno de los secretos del vino de Brasil: La Ruta del Vino de São Roque.
La ciudad de São Roque, fundada en 1657, está a unos 60 km del centro de Sao Paulo. Los numerosos inmigrantes portugueses e italianos que formaron el país, encontraron en esta sierra un clima un poco mas hospitalario para las viñas. Así fue que São Roque se convirtió en la segunda región de Brasil donde se produjo vino, luego de unos intentos de producción cerca de Santos. Sus vinos eran bien conocidos en San Pablo, pero a mediados del siglo XX la valorización de la tierra debido a la gente que buscaba construir una casa de fin de semana cerca de la ciudad hizo que se arrancaran muchos viñedos. Ahora, con la incesante búsqueda de los productores brasileños de nuevas regiones vitivinícolas, São Roque resurge con fuerza e impulsada por el turismo y su Roteiro do Vinho (www.roteirodovinho.com.br)
Los 1000 m sobre el nivel del mar ayudan, pero no demasiado: debe haber unos 28 grados al comienzo de la tarde. Las numerosas bodegas, que se van amontonando a ambos lados de la ruta angosta y llena de curvas, están llenas de gente. Casi todas tienen restaurantes, todas tienen tiendas donde venden sus vinos, hay hoteles y posadas y toda la diversidad de atracciones que pueden hacer feliz a una familia paulista en busca de un poco de paisaje verde y aire fresco. El paisaje serrano, con laderas escarpadas y suelos de color rojizo, está poblado de viñedos y de árboles de gran porte.
Nos detenemos en la Vinícola Góes, fundada por la familia Góes en 1938, que recibe más de 2000 visitantes cada fin de semana. Su director, Claudio José de Góes, dice abiertamente: “En Brasil las bodegas no viven solamente del vino, aquí es muy importante el jugo de uva, los wine-cooler, y muchos otros productos que llegan fácilmente al consumidor”. Eso no impide que hayan dedicado años y tierras a la investigación, plantando variedades en forma experimental, tanto Vitis Viniferas como Vitis Labruscas, buscando las mejores cepas para cada tipo de producto.
“Tenemos plantada una uva híbrida que se llama Lorena, que fue desarrollada aquí en Brasil para la producción de espumantes. Se adapta muy bien, produce vinos frescos y de aroma amoscatelado, pero no nos dejan producir espumantes con ella ahora porque no es Vitis Vinifera….” nos cuenta el encargado de los viñedos, mientras nos sirve una copa de vino blanco de Lorena, que es fresco, suave y muy fácil de beber.
Además de todos los productos “secundarios”, los vinos tintos de Góes son sorprendentemente concentrados, y sus espumantes delicados y agradables. Tienen además una bodega en el sur, llamada Casa Venturini, en la localidad de Flores da Cunha en la Sierra Gaúcha.
Va cayendo la noche y los turistas regresan a Sao Paulo. El valle donde está Góes es atravesado constantemente por larguísimos trenes de carga que transportan materias primas del interior de Brasil al puerto de Santos. Y los miran pasar, en el atardecer, la viñas que resurgen y las bodegas que tienen sus puertas abiertas al turismo.