Tradicionalmente los vinos blancos en Rioja han sido los grandes incomprendidos. La mayoría de bodegas dejaron de creer en ellos y sustituyeron aquellos viñedos de uva blanca por uva tinta, animadas insistentemente por el Consejo Regulador de la DO, que llegó a prohibir las nuevas plantaciones de uva blanca. En los últimos 25 años la superficie de viñedo de uva blanca se ha reducido a la mitad, mientras que la de uva tinta se ha duplicado. Pero los tiempos cambian y en la actualidad el problema que existe es que no hay suficiente cantidad de uva para satisfacer la creciente demanda que el mercado tiene de blancos de Rioja, de ahí sus precios habitualmente elevados. Particularmente no nos vemos demasiado atraídos por vinos blancos, pero como en todas reglas, existe una excepción: los blancos semidulces.
En 1939 tras la finalización de la Guerra Civil, el país era un absoluto caos. Hubo problemas para contratar vendimiadores y algunas uvas se quedaron en la viña hasta el mes de Noviembre, desarrollando algunas de ellas “podredumbre noble”, infectadas por un hongo llamado botrytis. Con aquellas uvas dulces y concentradas de la variedad Viura (aunque también pudo tratarse minoritariamente de Malvasía o Garnacha Blanca) se elaboró un vino, se metió en barrica y se olvidó durante décadas. Se descubrió en 1970, se embotelló y se volvió a olvidar hasta años más tarde. Con motivo de una reciente celebración familiar en Bodegas CVNE, se probó y se redescubrió un blanco semidulce soberbio, un vino único, irrepetible… 30 años en barrica y 40 en botella son hoy en día impensables. Un milagro de vino, un vino jurásico que nunca salió a la venta. Un viaje en el tiempo y en la historia de España. Actualmente se ha recuperado la tradición y se produce una pequeña cantidad de Corona Semidulce, que desde luego nada tiene que ver con aquel de 1939, con el que comparte el nombre, la etiqueta y los primeros pasos de su elaboración, no así el posterior envejecimiento. Muy pocas bodegas elaboran vinos de este tipo. Suelen comercializarse en formato pequeño de 500cl y debido a su escasa producción y dificultad de elaboración (no todos los años son favorables en lo climatológico para su fabricación), no suelen ser baratos. Bodegas Riojanas (Cenicero) elabora su Viña Albina, Bodegas CVNE (Haro) su Corona y Bodegas Franco-Españolas (Logroño) su Diamante.
Guardan este tipo de vinos riojanos un remoto parentesco con otros vinos muy apreciados procedentes nada menos que de Hungría: los vinos Tokaji Aszú, elaborados con uvas autóctonas de centroeuropa igualmente infectadas con botrytis, y en su origen allá por el siglo XVI también están los continuos conflictos bélicos regionales, los cuales fueron los responsables de los retrasos en la vendimia. Los vinos Tokaji dulces (también hay secos) se clasifican según su contenido en azúcar desde los 3 hasta los 6 puttonyos, en función de la cantidad de uva pasificada (aszú) que se adiciona a la uva normal. Antiguamente un puttony era un cesto con capacidad para 20 o 25 kilogramos de uva. Esta clasificación y modo de elaboración puede recordarnos vagamente a la que se realiza en los vinos de Jerez.
Es inevitable pensar en cuántas ocasiones el azar o la negligencia humana consigue transformar un error en un valioso avance. Recordemos, sin ir más lejos, que el descubrimiento de la penicilina por el Dr. Alexander Fleming en 1928 se debió a la contaminación de unos cultivos bacterianos con el hongo Penicillium notatum. Una enorme torpeza que le hizo pasar para siempre a la historia. Bendito hongo y bendito despiste…
Regresemos a nuestros protagonistas.
Los blancos semidulces riojanos son vinos muy curiosos. Lo mismo pueden tomarse como aperitivo que maridarse con alimentos ligeros al paladar, tales como mariscos o foies. No es muy acertado servirlos como acompañamiento de platos más intensos, porque se ven desbordados, únicamente quizás con alguna fusión culinaria agridulce o tal vez con una ensalada templada. Su temperatura de servicio debe ser baja, bien fríos resultan más placenteros, conforme ganan temperatura pierden gracia. Imprescindible es el empleo de cubitera con hielo, así como servir pequeñas cantidades en las copas para que el vino no se caliente, aunque esto obligue a un continuo paseo de la botella por la mesa. Por sus pequeños formatos, resultan ideales para una velada romántica donde “tres son multitud”, a la luz de las velas, y con una cena más bien ligera que invite a levantarse de la mesa con el estómago no demasiado lleno, por lo que pueda pasar después…