Si bien para los sommeliers y foodies fanáticos de vinos complejos es un desafío y a la vez un placer, el tomar una copa y empezar a revelar secretos aromáticos ocultos dentro de determinada botella, muchas veces se peca de tener demasiado énfasis al revelar esos secretos.
Es real y todos sabemos la gran variabilidad de aromas, sabores y texturas que existen dentro de una copa, así como también que lo produce y cómo se van modificando el tiempo, y realmente es apasionante entrar en ese mundo para comprender cada botella de vino. Cada botella es única e irrepetible, cada botella tiene historia, cada botella cuenta un presente, cada botella sugiere un futuro…
Sin embargo, en el último tiempo noto de manera cada vez más frecuente que los profesionales gastronómicos a cargo de los vinos, bombardean de información al cliente que no quiere profundizar mucho y que solamente quieren disfrutar de una copa de vino, y generando con tanto dato de ”notas minerales”, “el calcáreo en los dientes”, “pasto cortado”, “clara presencia de X enólogo” incluso “niveles de tostado de la barrica” un cortocircuito de información , y muchas veces asustando y en parte alejando al cliente.
Muchas veces nos olvidamos (si, olvidamos, hago mea culpa ya que me ha sucedido en algún momento) que el cliente no quiere escuchar toda esa información extra que, a su vez, en muchas situaciones, llega desde un orador en posición muy distante del cliente buscando impresionar, y en lugar de ayudarlo a disfrutar o acompañarlo, lo hacen sentir disminuido.
El servicio y el trato con el cliente siempre son complejos. La humildad y la honestidad a la hora de compartir información, así como el pararse desde el lado de cliente a la hora de comunicar y vender son fundamentales, y no olvidar el objetivo esencial de nuestro trabajo: ¡que el cliente disfrute de inicio a fin!