El vino para mí es el más humano de los productos hechos por el hombre. Es al enólogo lo que el libro al escritor. Este ejemplo literario lo uso mucho, ya que creo que los puntos de contacto entre el beber un vino y el leer un libro son interminables. No se precisa ser un experto aunque el entrenamiento nos permite enfrentarnos a obras más complejas. No busco lo mismo si quiero despejar mi mente sin pensar en nada que si quiero generar un cambio en mí. Hay autores que me encantan y otros que no tanto. Hay obras de culto que con orgullo digo conocer y otras que las disfruto en secreto. Pero sobre todo, quiero que la gente se acerque más al vino, por eso trato de aconsejar desde el lugar del otro. Si vemos a alguien con el best seller del momento, ligero y fácil de degustar, y lo señalamos con el dedo, no podemos quejarnos después de que el consumo baja (el mismo ejemplo sirve para no quejarse después de que nadie lee).
Siendo uruguayo es obvio pero no por eso menos valedero que hablaré del Tannat. Hace años un político uruguayo hablando de fútbol contaba acerca de lo importante que era la idiosincrasia de un pueblo al ver el fútbol de su selección. Brasil con su samba enredo era poseedor del jogo bonito, Alemania con su orden milimétrico se movía en bloques y planificando, Argentina a veces pecaba de soberbia y varios etcéteras más.
Creo que pasa algo muy parecido con el vino.
El vino francés es snob, individualista, nacionalista, es perfección. El español invita a la mesa, el italiano grita desde la botella y junta a la familia. En América, el vino estadounidense busca ser el mejor a como dé lugar (a veces lo logra, a veces no), el vino brasilero por excelencia es el espumoso lleno de aromas y alegrías, el chileno busca ser más del viejo mundo que del nuevo, el argentino es excelente, aunque a veces peque de soberbio. ¿Y el uruguayo?
No es casualidad haber elegido el Tannat como cepa insignia en el Uruguay. Es una cepa de bajo perfil, que no hace demasiado ruido al llegar a la copa, mucho más callada que su hermana rioplatense. Pero al mismo tiempo es sumamente intensa una vez que se la conoce y como sucede en cada pueblo y en cada vino hay para todos los gustos.
Si vienen por Uruguay un día de estos encontraran gente y Tannats muy ásperos y agresivos, a los que acercarse puede ser difícil. Otros ya madurados por la edad que hablan y se muestran con calma, dejándose descubrir de a poco mientras van viendo quién es el interlocutor.
Otros nuevos uruguayos (tanto vinos como personas) se muestran alegres, joviales, frescos, a veces difíciles de identificar, pero sin dudas sumamente agradables.
Pero ninguno de ellos pasará desapercibido seguramente. Todos ellos dejarán un recuerdo y algo intangible que hace que la gente vuelva, que la gente recomiende venir. Como sucede en general uno no valora lo nacional muchas veces y no entiende como habitantes de latitudes admiradas vienen a recalar aquí, pero es justamente hablando y brindando con ellos que se puede llegar a comprender ese hecho.
A estas comparaciones absolutamente subjetivas se suma un hecho antropológico si se quiere, la relación directa entre el vino insignia y la carta de presentación de nuestra gastronomía. El asado, particularmente aquél con bastante grasa que ahora se está abandonando, requiere de un vino intenso y tánico que limpie la boca y soporte el sabor.
Es por todo esto que se hace difícil imaginar a otra cepa como la madre de la viticultura uruguaya. Hacemos unos Merlot maravillosos, pero cualquiera que esté navegando en esta página sabe lo difícil que es vender esa cepa. Nuestros Sauvignon Blanc están posicionándonos en el mundo, pero nuestra gastronomía, a pesar de nuestra gran y generosa costa, no se basa en los productos del mar, compañeros inseparables de estos vinos. A pesar del peligro que puede significar escribir lo que viene a continuación en una página cuya sede está en España, hacemos muy buenos Albariños, pero las producciones son muy pequeñas como para enarbolar esta uva como bandera.
En definitiva, nuestra cepa principal debía ser el Tannat. Era un maridaje esperando ocurrir. Nuestra idiosincrasia resumida en una botella.