He aquí para mí un ejemplo de una buena idea que le cuesta imponerse debido a los parámetros que tenemos los consumidores, además de llegar en un momento de transición.
El 100% de nosotros si pensamos en una barrica de roble, obviamente pensamos en el tradicional barril redondo que hemos visto y seguiremos viendo en las bodegas. Además estamos justo en un movimiento que trata de destronar o al menos sacarle el protagonismo absoluto a la madera, ya que el consumidor pide cada vez más vinos frutales en vez de aquellas botellas que cuando uno las cataba tenían madera, luego madera, después de unos minutos madera y allá a lo lejos (detrás de la madera) fruta.
Nadie de los que está leyendo es ajeno no sólo a lo que mencionaba de la tendencia a que la madera disminuya, sino también al alto costo de las barricas, las cuales además son caducas y tras una serie de usos pierden su valor en cuanto a la interacción con el vino transformándose en sencillos recipientes. Pero hace unos años se ideó una forma nueva de barricas con varias ventajas sobre la tradicional y ninguna desventaja objetiva. Tal vez su gran desventaja es que sean cúbicas y la gente no espera encontrarse con algo así en una bodega.
Para empezar la superficie de contacto entre el vino y la madera es mayor. Las duelas (tablas) logran un tostado mucho más parejo. El soporte es fijo pudiéndose desarmar y armar fácilmente, comprando sólo la madera. Además al ser madera recta es mucho más fácil de reutilizar una vez terminada la vida útil de la barrica. Por si fuera poco el almacenamiento y transporte es muchísimo más sencillo y económico.
Alguno dirá que no tiene sentido la inversión cuando hay otras formas de conseguir el sabor o el aroma a roble. Ese es un tema que da para muchos más post que próximamente haré, pero lo que es claro es que el roble (barrica) bien trabajado es insuperable por cualquier otro tipo de madera o técnica a la hora de otorgarle complejidad y otra estructura al vino. Es como considerar que la limonada natural y la de polvo es lo mismo.