«Entre la tierra y el cielo, cada racimo guarda un mensaje.»
La primera gota
Querido lector,
Hay instantes en la vida que se sienten como el primer sorbo de un vino nuevo: inesperados, plenos, un poco inciertos, pero llenos de promesa.
Así comienzan también los caminos del ánima: con una primera gota que despierta algo en nosotros, una curiosidad, una llamada, un deseo de comprender lo que hasta ese momento pasaba desapercibido.
Mi pasión por el vino nació así, como un destello que no supe nombrar. En cada copa sentía la presencia de la tierra, la memoria de las manos que cultivaron la vid, la energía del sol y del tiempo transformándose en un solo gesto: el de ofrecer. Con el tiempo entendí que el vino, más que una bebida, era una conversación con la vida misma, una metáfora líquida del alma que busca expresarse.
Cada gota encierra un principio. En el mosto joven habita la inocencia, el potencial de lo que aún no es. La primera fermentación es como ese despertar interior en el que algo empieza a moverse, a transformarse, aunque todavía no sepamos hacia dónde nos llevará.
A veces creemos que para evolucionar necesitamos grandes gestos, pero basta una gota para alterar todo un vino. Esa gota puede ser una decisión, una mirada, una revelación silenciosa. Cuando se mezcla con el resto de nuestra vida, todo empieza a fermentar, a madurar, a tomar un nuevo sentido.
Brindemos por los comienzos, por la pureza de cada primera experiencia.
“Toda transformación empieza con un leve murmullo del alma.”



